viernes, 23 de agosto de 2013

Con M de Mar



Agua azul transparente o turbia, sosiego o ira, colmo de vida, devoras con tu caricia de humedad, te deslizas por los poros de todas las pieles, te desbordas, lo invades todo, refrescas los pensamientos, te elevas y te rompes en una explosión de blancura efímera.

Agua grande de los veranos de la niñez, déjame que recorra tus ojos verdes, que recuerde tus veranos azules, rojos y amarillos, inmensos; concédeme la música de tus noches, la dulce soledad de tu recuerdo, el susurro de viejas canciones con olor a sal.

Agua fresca de los confines de los polos, si no entiendes de precauciones, si extremas tu abrazo y engulles lo que te invade, en tu transparente espiral de frontera entre vida y muerte, si llegas hasta el final de los orígenes, hasta la insondable oscuridad, entonces…

Entonces no te rindas, no seas metal, ni plástico ni deshecho alguno; no seas veneno de vida, no borres ese movimiento grácil de tortuga sobre un fondo sin fondo, ni extingas la explosión instantánea de un banco de peces contra la luz difusa de la superficie, ni el movimiento sinuoso de tus criaturas de colores. Mejor se bloque, se piedra que flota y que rompe con bruscos sonidos los trozos de la tierra que te acoge, se tormenta y remueve los cimientos de todos los globos que te acogen, el de los humanos insensibles e insensatos con tu maternidad, el de los profundos secretos, tan bien guardados que preferimos antes conocer esa luna de pálida redondez que tus maravillas inexpugnables, el del futuro inexplicable para una especie que te aprecia y te desprecia en una interminable orgía de contradicciones entre el amor y la indiferencia. Luchemos por el mar.
Diez cosas que se pueden hacer para salvar el mar.

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